La cita es en Barajas. En la terminal 4 del aeropuerto. El destino, un festival de cine. Rosa María Sardá, recién llegada de su homenaje en Málaga, Victoria Abril, Pilar López de Ayala y Alberto Amann figuran entre los convocados. Están acostumbrados a estos retos. Saben elegir la mejor indumentaria, el discurso acertado. Sin embargo, esta vez es distinto. El avión les lleva a un certamen cuya alfombra roja está formada de arena, y la sala de proyecciones, enclavada en la enorme explanada del desierto.
El FiSahara, festival de cine que se celebra en el exilio argelino de los campamentos saharauis, celebra esta semana su séptima edición. Siete días cargados de proyecciones y talleres audiovisuales con un trasfondo político que se han convertido ya en marca en rojo ineludible en la agenda del estrellato patrio.
El encuentro comenzó a fraguarse hace casi un año, cuando se dio carpetazo a la edición de 2009. Desde entonces se han vivido 12 meses de trabajo a destajo para conseguir subvenciones, organizar talleres, recopilar bobinas... "Muchos repiten experiencia. La mayoría se implica mucho con la causa saharaui después de ir al festival. Y eso es un éxito porque lo que perseguimos es concienciar de su situación", cuenta David, una de las personas que se encargan de que la cita salga adelante.
Trabajan en estrecha colaboración con el Frente Polisario, partido que dirige la vida saharaui en el exilio. "Son ellos quienes se encargan de que esté todo montado cuando llegamos", dice David. Cuentan con un presupuesto de 260.00 euros, de los que la Agencia Española de Cooperación Internacional aporta 60.000. El resto sale del propio Polisario, ayudado por patrocinadores como Caja Duero y por los 700 euros por cabeza que pagan los asistentes. Este año la delegación está formada por 400 personas, entre público e implicados. "Conseguir las subvenciones no es fácil. La mayoría de las empresas tiene intereses comerciales en Marruecos y no quieren que se les relacione con los saharauis", lamenta David.
Cadenas humanas, reparto de jaimas
Llegar al desierto tampoco es fácil. Hay que cargar, y descargar, toneladas de material. Cámaras, equipos de sonido, proyectores, películas -'Celda 211', 'Ágora' o 'El secreto de sus ojos' son algunas de las elegidas-. Cada tallerista se encarga de lo suyo, y todo de forma muy artesanal. Por ejemplo, las películas están traducidas al hassania -dialecto del árabe que hablan los saharauis- y requieren a una persona que meta en directo los subtítulos durante la proyección.
El viaje es un reflejo de las condiciones en que viven los saharauis de los campos de refugiados desde que el 6 de noviembre de 1975 Marruecos se anexionase su territorio con la llamada Marcha Verde. Llevan 35 años malviviendo en pleno desierto, en un terreno cedido por Argelia.
El vuelo a Tinduf, fletado de forma extraordinaria, dura cuatro horas. Al desembarcar, los invitados entran en una realidad paralela. No hay cintas transportadoras ni nada que se le parezca. Todo el material se desembala a mano, mediante improvisadas cadenas humanas que lo depositan en remolques de camiones. Empieza entonces el trayecto a Dajla, el campamento elegido para el festival, el más alejado de todos y, por lo tanto, el que cuenta con peores infraestructuras. Este año los asistentes tienen suerte: la carretera está casi terminada, su trayecto de más de dos horas desierto a través será más relajado.
Al llegar a Dajla, más caos. Familias saharauis salen a tu encuentro, cogen tu equipaje y te invitan a sus jaimas y casa de adobe. Comienza la convivencia, las comidas con carne de camello y cabra, los 40 grados a la sombra, la falta de agua, y de luz, y de higiene... En definitiva, el lento transcurrir de la vida saharaui. Aderezada por unos días por la magia de las proyecciones.
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